viernes, 16 de mayo de 2008

dos cuentos cortos

1º MADRID

El chirrido del metal, la sombra de un chispazo y un bajón de tensión, me indicaron que había perdido el tren. La espera fue larga y en vano, dos estaciones mas adelante me daría cuenta de mi error, iba en sentido contrario. Estas cosas solo suceden cuando uno ya esta atrasado. Me bajo cambio de anden y espero nuevamente.
Una pareja de ucranianos se sienta a mi lado, no me habia dado cuenta de su relacion, pues cuando los pase caminando, ella iba detrás de el.
Nuevo tren, y ni bien subo creo reconocer a dos mujeres con valija que habia visto en el anden de enfrente al iniciar mi recorrido. Pero me pareció poco probable que fuera cierto, en mi camino de vuelta note que me habia ido bastante lejos, y al menos un tren debía haber pasado en el otro sentido en ese tiempo.
Salgo del metro y tomo por la calle del pez, en una verdulería suena el teléfono. Nadie contesta. Paso frente a un restorán que esgrime en su cartel blanco y celeste su condición de argentino. Dos chicas frente a mi salen de un bar hablando exitadamente. Sigo caminando hasta hallar el pez gordo.
El viaje de ida fue casi como cualquier otro, pero yo lo he vivido con bastante intensidad. Cuando, ya camino de vuelta me lanzo nuevamente a los túneles, encuentro que a pesar de ser tan tarde un domingo a la noche, hay bastante gente por ahí. En esta estación en particular, la gente se agolpa debajo de un televisor de plasma que da noticias de ayer.
La charla telefónica, me recordó una similar de un año atrás, y pese a que intente no prestarle demasiada atención, me quede preocupado. Dormí, pero poco y mal, no pude evitar imaginar otro aterrizaje desolador y otro vuelo triste.
Durante el día, estuve bastante ocupado, y con eso evite pensar en ello. A las 3, como siempre me fui en busca de un poco de alegría culinaria a sopa, un lindo lugarcito con comida de esa que parece hecha en casa. En este caso vegetariana. El lugar, muy bonito y hecho con poco y con mucha astucia. Consiste en dos grandes mesas separadas por una columna cuadrada que genera un ahí atrás y un aquí delante, los dos con lo suyo. Todo eso, llevado siempre con una sonrisa en la cara, por tres mujeres divinas, dos de ellas de unos cincuenta y pico y una mas joven de unos treinta. Ellas y un señor muy simpático componen una familia, supongo, que se gana la vida dando de comer a gente como yo, que encuentra la felicidad en una rica sopa de verduras.
Ha sido una semana fatal y recién es martes. Pero hoy me voy a dormir feliz. Cansado a las 2 a.m., me lavaba los dientes, y de golpe me descubro en el espejo, me sonrío y pienso que, me gusta lo que veo. Que si, me falta mucho y tengo mucho por aprender, pero cuando recuerdo lo que imaginaba a los cuatro, seis o incluso quince, que seria a los treinta, me miro y me gusta lo que veo. Porque me entusiasma.
Ya paso, esta semana es mas tranquila. Hoy almorcé con Elena, voy a extrañar esa manera que tiene de ver y entender, me hace mucho bien a mi cabeza, siempre aprendo algo. Hoy, confeso que estaba feliz, sin motivo. Yo entendí que hablaba de ese estado de euforia que te sorprende simplemente por una canción que sonaba por ahí, o porque salió el sol, o porque llueve. A veces, simplemente porque alguien por la calle te sonríe. Me emocionó, y de pronto me vi contagiado de aquella felicidad.

2º BUENOS AIRES

Había salido del laburo tarde, como todos los días desde hacía un tiempo. Ella le reclamaba cada tanto que intentara llegar mas temprano. Habían pasado muchos meses separados y ahora no paraba de trabajar.

El estaba cansado. Pero feliz, finalmente sus días juntos. Bendito Julio del 2007.

Solo quería verla. Tantos meses lejos, hacían que hoy una hora mas no fuera nada, al menos para él, pero le dolía hacerla esperar, ya había esperado demasiado.
El invierno frío azotaba su cara, y el insistía en el acelerador, como si no lo sintiera. Solo quería ese abrazo interminable que lo esperaba detrás de la puerta, cada noche.

Nevó.

Lo vieron juntos por la ventana, pero no salieron de la cama hasta la tarde.
Nunca habían imaginado ver nevar en Buenos Aires. Salieron solo un rato, al teatro.
Seis meses atrás, antes de su partida, habían pasado una tarde de verano, de la misma manera. En la cama, en el piso, en la casa de ella, mirandose, amandose, encontrandose. Solo salieron muy tarde a la noche para ir a un cumpleaños, un amigo de él. Hoy su jefe.

Todo se ve raro a la distancia, se nubla, se funden los colores en un confuso horizonte que deja de ser línea, para ser una difusa región en medio de lo que uno pisa y lo que se tiene sobre la cabeza. La línea no existe. Cuando llegas allí, ya se ha ido mas lejos.

Siempre estamos entre.

Hay algo a un lado y a otro, arriba y abajo. El problema es el vacío, aterrador y atrayente.

Eso fue lo que dejó en él, un vacío tan grande como la ciudad misma. Tan grande que no la veía. Buenos Aires se había ido con ella, era ella. Ya no veía, estaba parado en la línea y todo era borroso, como si hubiera llegado a aquel horizonte y ahora mirara en sentido contrario. Algo así como estar debajo del agua. Ella, en un encuentro posterior lo llamó “como estar en Marte”, pero no creo que estuvieran hablando de lo mismo.

Entender le llevó tiempo, por lo menos a él. De ella no supo mas nada, solo que le hacía falta y que no era para él, por mucho que ambos lo creyeran así.

Él ha vuelto a fumar.